“Recordemos que las palabras matan,
las palabras matan tanto como las balas”
Adama Dieng
Vivimos en una época en la que se ha erradicado el silencio de nuestras vidas. Internet, radio, televisión, constantemente hacen “ruido”, sí: ruido. Pues muchas palabras que emiten carecen de contenido, son incendiarias, ofensivas, conducen al miedo o son irrelevantes: anuncios, correo basura, noticias falsas o deformadas, palabras de trol.
El uso de la palabra hablada o escrita tiene un impacto positivo o negativo. De ahí que se haya escrito: de lo que no se puede hablar es mejor callar (Wittgenstein); nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo (Beethoven); que tus palabras sean más bellas que el silencio (Confucio), etc.
El uso de la palabra es un arte y quienes lo dominan también dominan el arte de callar, pues son conscientes de que tienen el poder de hacer el bien o el mal con ella. Ellos saben que si al hablar no has de agradar te será mejor callar. No hay nada más desagradable que escuchar o leer palabras por la fuerza y no hay nada más agradable que escuchar o leer palabras cuando estamos interesados.
Caudillos, oradores, profesores, amigos, conocidos, desconocidos, todos debemos pensar antes de hablar. Al compartir lo que hablamos o escribimos ¿vamos a crear un estado de ánimo positivo o negativo en el receptor? Recordemos que los que utilizan más palabras que silencios terminan siempre equivocándose. Afortunadamente existe el silencio ya que hay palabras que no dicen nada y silencios que lo dicen todo.
Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras, por eso antes de hablar, publicar o enviar un correo, conviene tener muy claro si vale la pena. Y si somos la audiencia, los que escuchamos o leemos, debemos tener la convicción de que el silencio es la mejor respuesta a las palabras estúpidas y no tener el más mínimo reparo en eliminar las palabras basura, sin preocuparnos por el contenido. Igual que cuando tiramos sin abrir, a la basura, esas cartas o correos electrónicos que llegan promocionando productos que no nos interesan.
Los politiqueros (no los políticos), troles, estafadores, y todos los de esa calaña, cuando usan la palabra contaminan el silencio. Ante esta situación lo mejor es no escucharlos, no leerlos, eliminarlos, extirparlos, pues son un tumor maligno. Son Spam Humano.
Quienes intentan imponerse a través de la palabra no se conocen ellos mismos, esos seres tan desgraciados deberían ir donde el psicólogo, psiquiatra, sacerdote, o un profesional calificado para ser escuchados. Y si no quieren ir donde uno de estos, siempre pueden ir al bar de la esquina y soltarle su verborrea al barman mientras disfrutan de una bebida espirituosa y de paso apoyan la economía del barrio. El barman fingirá que los escucha y todo el mundo feliz.
Cada vez que usemos palabras deberíamos preguntarnos:
¿Creo un entorno agradable o desagradable cuando comparto mis palabras? ¿Son mis palabras bien recibidas o rechazadas? ¿Sé guardar silencio cuando me doy cuenta que nadie me escucha o soy como un radio prendido que lo único que hace es ruido de fondo? ¿Soy spam humano? ¿Soy un trol?
Las palabras son poderosas, incluso matan tanto como las balas. No conviene permitir que las palabras salgan de la mente desbocadas por la pluma o por la boca. Tenía razón el sabio que dijo:
Qué tal que uno dijera todo lo que piensa.