Emilio Lledó
Emilio Lledó en su libro El silencio de la escritura, invita a construir un ejercicio de crítica textual que ayude a percibir mejor la voz de lo que leemos.
Leer un texto desde nuevas perspectivas (Ibidem) es lo que solemos hacer cada vez que leemos por primera vez un libro, un periódico, un mensaje de texto o cualquier publicación en redes sociales, pues es nuestra perspectiva la que filtra esa primera impresión.
Nuestra perspectiva que se topa de frente con el silencio de la escritura. Un silencio que cobra sonido en nuestra mente animado por nuestros propios pensamientos, por nuestro diálogo interno, por nuestra imaginación. Por el diálogo que entablamos con el texto, más nunca con el autor.
Es nuestro propio carácter y nuestra disposición al momento de leer lo que imprime el significado a la lectura. De ahí la diversidad de interpretaciones que existen sobre los mismos libros, autores, géneros literarios, noticias sobre política, contenidos de blogs o revistas de cotilleos.
Emilio Lledó escribe: …el asombroso fenómeno de la comunicación, que consiste en que el lenguaje que poseemos y en el que injertamos lo poseído en en los actos de lectura…(Ibidem).
La lectura de un texto filosófico, por ejemplo, tiene diferentes dimensiones, señala Lledó: 1) El lenguaje a través del cual se articula (…). 2) Los contenidos o significados que ese lenguaje originalmente pretende transmitir. 3) La tradición de la que parte (…) 4. Los posibles lectores que interpretan inevitablemente según su propio punto de vista lo que leen.
No todo lector está dispuesto a romper el velo de maya , esa ilusión de que la propia interpretación es lo que realmente comunica lo leído.
Es fácil observar este fenómeno en las discusiones que suscitan las interpretaciones de libros de filosofía, religión, críticas de arte o crónicas de futbol. Este mismo post será leído en diferentes sentidos por múltiples lectores. Cada uno lo interpretará a la luz de su propio entendimiento. En unos despertará interés, en otros indiferencia, alguno lo encontrará interesante, otro se considerará juez y lo condenará.
A veces leyendo a Emilio Lledó pienso que me está hablando a mí. Me ha pasado también lo mismo leyendo pasajes del Buda, artículos de opinión, versículos de la Biblia, diálogos de Platón, párrafos de Gabriel García Márquez, publicaciones en blogs, frases de Charlie Parker, reflexiones de John Coltrane, chistes de Paul Desmond, o comentarios al azar en redes sociales.
A veces tengo la impresión de que la letra de una canción fue escrita para mí, pero luego la escucho en otro momento y ya no tiene nada que ver conmigo. Es mi interpretación la que cambia, pues la letra en todos los casos sigue siendo la misma, pero mi percepción de las cosas no. Ahí en silencio siempre reposa lo escrito, en el silencio de la escritura que igual que un cuadro no dice nada, solamente quien lo mira emite su veredicto, pero el cuadro o la imagen literaria permanece muda e indiferente.
Es cierto que quien escribe anhela transmitir su pensamiento sin distorsiones en lo escrito, pero esa intensión no garantiza que quien lo lea capte realmente la esencia del mensaje. Una vez las palabras se han escrito quedan sordas y mudas. Sería extravagante pretender que las historias que se leen en las novelas son ciertas, como señaló Descartes en su Discurso del método. Igual de absurdo sería entablar una discusión o una relación amorosa con el contenido de una revista o con un personaje de una novela. Actuar de esta manera nos convertiría en Alonso Quijano. Un loco atrapado en su imaginación. Viendo cosas que no existen, obligando a la realidad a adaptarse a la imaginación. Cuando Schopenhauer dijo: el mundo es mi representación, acertó. A mi juicio.
Leamos:
¿Acaso no debemos nosotros, que vemos el mal que acarrea tal destrucción, abstenernos de cometer tan terrible acción?
La destrucción de una familia acaba con la integridad de sus rituales,
y al extinguirse la integridad de los rituales,
la indignidad se adueña de la familia al completo.
¿Acaso no hemos oído decir que el infierno aguarda a aquellos cuyos ritos familiares pierden su integridad?
No caigas en la debilidad degradante,
indigna de toda persona que se precie de serlo.
Cada uno interpretara esto a su manera. Lo ubicará históricamente en el presente, hace un siglo, diez o veinte. Pero los versos permaneceran ahí en silencio, indiferentes a lo que pensemos de ellos, así lo hacen ahora y así lo hacen desde hace más de dos mil años.
Este fragmento pertenece a La Bhagavad–Gita. Uno de los poemas más conocidos de India. Un cristiano entenderá algo, un Hindú seguramente otra, un musulman otra, un poeta otra, un antropólogo, un teólogo, un psicólogo, un filósofo, otra. Todos leerán y tendrán impresiones distintas. Dependiendo de lo que tenga en su cabeza, de sus intereses, de los fines con los que lee.
¿Quién escribió estos versos?, no se sabe. ¿En qué contexto? Un contexto militar, justo antes de empezar una guerra. La Bhagavad–Gita Forma parte de El Mahābhārata. Todos estos datos probablemente cambién la interpretación de la lectura, y confirmen que vemos lo que queremos ver, como dice el refrán. O, en este caso, entendemos lo que queremos entender cuando leemos. Ahora, si realmente se lee con seriedad, ha de leerse La Bhagavad–Gita completo, y de paso El Mahābhārata .
El silencio de la escritura es un libro al que vuelvo de cuando en cuando y que me recuerda que la primera impresión de lo que leo es siempre la proyección de mi concepción de las cosas, no el mensaje que el autor quiere transmitir. Para aproximarse a este mensaje, para interpretar, hay que leer varias veces y desechar en cada una de las lecturas las interpretaciones del ego, que suele disfrazarse de juez, de víctima, o verdugo y que nubla constantemente la realidad, como el velo de maya.
Escribí esto aquí en la república de las letras, rodeada siempre por el impenetrable silencio de la escritura.